Por Mª Esther García López
Cuando Xuanxo Bardibia, embajador de “poetas del mundo” en España, me llamó para que interviniera en este espacio, acepté con gusto. Después cuando me puse a preparar este sencillo discurso, me surgen algunas dudas a la hora de profundizar en los poemas que podemos incluir en el género “poesía negra”, tratando los mismos temas que contiene la “novela negra”. Estamos aquí para aportar ideas y para aclarar otras, además, lo pasaremos bien recitando, aunque los temas sean “pavoriosos”.
Pienso que es la primer vez que se introduce en esta Semana en Gijón el concepto de “poesía negra”, (corregidme si me confundo), digamos que su temática, la descripción de ambientes, y su contenido versen sobre los temas que trata la “novela negra”. Yo acepté estar aquí para que todos los que aquí nos encontramos podamos comenzar a familiarizarnos con este nuevo concepto de poesía negra. Este género, si repasamos un poco la historia de la Literatura, si releemos a nuestros autores y reflexionamos, podíamos decir que ya hubo y hay algunos poetas que lo cultivaron y me atrevería a decir que todos. Todos los poetas en algún momento, quizás sin saberlo, hicimos “poesía negra”. Un concepto nuevo que surge en este contexto literario de la Semana Negra, y que consideramos distinto al de la “poesía negra” tradicional1, basada en el ambiente afro-cubano o en general afro-americano, que trata todo tipo de temas, y que también recibe el nombre de “poesía negra”, y de la que uno de los mejores ejemplos, además de Lorca, es Nicolás Guillén2. Muchos de sus poemas también los podemos incluir dentro del concepto de “poesía negra” que hoy nos ocupa.
Temas como las muertes violentes, la marginación, el terror, la prostitución nos proporcionan los poetas en un estado de inspiración en el que fluyen las palabras, los versos “oscuros”.
Verdaderamente en este corto espacio de tiempo no voy a profundizar en la obra de varios autores, simplemente voy a tratar de hacer una introducción con algunos poemas de un autor que nos puede servir como modelo para hacer un análisis de otros versos que podremos enmarcar dentro de “lo negro”.
Para empezar familiarizarnos con este tema, voy a tomar como referencia a García Lorca. Bien es verdad que no pretendo, analizar la obra de un autor tan extenso como fue Lorca, nada más unas pinceladas para justificar la incursión de algunos de sus poemas en el género que hoy nos ocupa.
Federico García Lorca3, funde en su obra una simbiosis de culturas ancestrales también presentes en lo hispano: la cultura gitana, la cultura andaluza y la cultura negra en su doble vertiente afro-americana y afro-cubana. Lorca se inicia en el flamenco a través del ritmo y de la oralidad, dándole una forma poética, introduciendo en sus versos todo el material que aparece en el substrato de la cultura hispana, flamenca, andaluza, gitana. Él es consciente de lo que las distintas culturas se enriquecen entre sí. En Lorca se entremezclan tres naturalezas: la blanca, la gitana y la negra. Por otro lado, habría que añadir que García Lorca fue una persona dedicada a la comprensión de los perseguidos y de grupos débiles: gitanos, negros, judíos... Y en esa identificación con los perseguidos y marginados, es donde surgen algunos versos de Lorca que nos reflejan este ambiente de penuria, de tristeza, y de muerte. Desde algunos poemas del Romancero Gitano, cito como ejemplo “Reyerta”, hasta encontrar posteriormente su culminación en Poeta en Nueva York. Lorca llega a Nueva York arrancado del mundo hispano y es como si lo lanzaran a los arrabales de la gran ciudad, donde la vida, la muerte, la estafa, el asalto y la marginación, estaban presentes. Too daba igual. Too estaba permitido. Coincidiendo con una crisis personal de Lorca y con la, crisis del capitalismo, nuestro poeta vio las diferencias de trato entre negros y blancos, la marginalidad y la miseria y cantó a estas situaciones de injusticia y de podredumbre humana. Cantó al “asesinato de millones de animales al día4”, esa sangre que se derrama tolos días, metáfora de los sacrificios anónimos, para mover la maquinaria que produce el capitalismo, los dólares, la gran maquinaria que genera corrupción. Entre el cante jondo y los versos que Lorca produce en Nueva York, vemos diferencia en la forma de cantarlo, pero podría decirse que no en el fondo.
Si hablamos del cante jondo, este constituye la voz dramática de lo autóctono y de lo propiamente andaluz. En estos cantes del flamenco, donde hay implícita toda una visión surrealista del mundo y onde se aprecia el so núcleo central: el duende. Lorca define el duende como “el grito degollado de la muerte”. Esa sensación de llamada, de fatalidad, pero el duende, es también la genialidad y el talento de los que expresan sus sentimientos. Grito de muerte y de horror que se mantiene vivo a través del toreo y se materializa en el flamenco, al sintetizarse en él todos los elementos esenciales del alma ibérica y de los pueblos errantes. En este ambiente, la muerte, los crímenes y el horror tienen su sitio privilegiado y esto queda reflejado en la poesía lorquiana.
De su famoso Romancero Gitano paso a leeros “Reyerta”, porque me parece un poema que puede enmarcase perfectamente en este ambiente de poesía negra, en el que hoy nos encontramos.
Reyerta.
En la mitad del barranco
las navajas de Albacete
bellas de sangre contraria,
relucen como los peces.
Una dura luz de naipe
recorta en el agrio verde
caballos enfurecidos
y perfiles de jinetes.
En la copa de un olivo
lloran dos viejas mujeres.
El toro de la reyerta
se sube por las paredes.
Ángeles negros traían
pañuelos y agua de nieve.
Ángeles con grandes alas
de navajas de Albacete.
Juan Antonio el de Montilla
rueda muerto la pendiente,
su cuerpo lleno de lirios
y una granada en las sienes.
Ahora monta cruz de fuego,
carretera de la muerte.
las navajas de Albacete
bellas de sangre contraria,
relucen como los peces.
Una dura luz de naipe
recorta en el agrio verde
caballos enfurecidos
y perfiles de jinetes.
En la copa de un olivo
lloran dos viejas mujeres.
El toro de la reyerta
se sube por las paredes.
Ángeles negros traían
pañuelos y agua de nieve.
Ángeles con grandes alas
de navajas de Albacete.
Juan Antonio el de Montilla
rueda muerto la pendiente,
su cuerpo lleno de lirios
y una granada en las sienes.
Ahora monta cruz de fuego,
carretera de la muerte.
*
El juez, con guardia civil,
por los olivares viene.
Sangre resbalada gime
muda canción de serpiente.
Señores guardias civiles: aquí
pasó lo de siempre.
Han muerto cuatro romanos
y cinco cartagineses.
por los olivares viene.
Sangre resbalada gime
muda canción de serpiente.
Señores guardias civiles: aquí
pasó lo de siempre.
Han muerto cuatro romanos
y cinco cartagineses.
*
La tarde loca de higueras
y de rumores calientes
cae desmayada en los muslos
heridos de los jinetes.
Y ángeles negros volaban
por el aire del poniente.
Ángeles de largas trenzas
y corazones de aceite.
y de rumores calientes
cae desmayada en los muslos
heridos de los jinetes.
Y ángeles negros volaban
por el aire del poniente.
Ángeles de largas trenzas
y corazones de aceite.
Además del acento auténtico, y de lo autóctono y dramático, encontramos en el Poema elementos poéticos muy importantes y que vienen a ser una constante en la poesía lorquiana. La muerte, el jinete y el puñal, representado también por el naipe, que es fatalidad, es juego, es ganar o perder en cualquier momento, constituyen algunos de los elementos primordiales en su lírica. Objetos estos que podemos enmarcar dentro del vocabulario “negro”. La muerte sobre todo, se desarrolla desde distintos cauces, y es uno de los temas fundamentales de esta obra. En el poema “Sorpresa” García Lorca subraya esta idea. Sorpresa es un poema “negro” que nos produce bastante frialdad al leerlo.
Muerto se quedó en la calle
con un puñal en el pecho
No lo conocía nadie.
¡Cómo temblaba el farol!
Madre
¡Cómo temblaba el farolito
de la calle!
Era madrugada. Nadie
pudo asomarse a sus ojos
abiertos al duro aire.
Que muerto se quedó en la calle
que con un puñal en el pecho
y que no lo conocía nadie (García-Posada, Obras I: 311).
con un puñal en el pecho
No lo conocía nadie.
¡Cómo temblaba el farol!
Madre
¡Cómo temblaba el farolito
de la calle!
Era madrugada. Nadie
pudo asomarse a sus ojos
abiertos al duro aire.
Que muerto se quedó en la calle
que con un puñal en el pecho
y que no lo conocía nadie (García-Posada, Obras I: 311).
Haciendo un repaso por algunas composiciones de Poeta en Nueva York (1940), un libro de poemas surrealistas de denuncia social que reflejan el clima alucinante y angustioso de la gran ciudad, por medio de un lenguaje aparentemente irracional y cercano al surrealismo. Lorca se introduce en la jungla humana de Manhattan y este ambiente enloquecido, lo refleja en una visión totalizadora del caos, de la injusticia y de la perdición del individuo ante el progreso. Negros y gitanos se oponían al mundo seguro de payos y blancos. En Poeta en Nueva York la imagen del Nuevo Mundo está marcada por un sin fin de mitos e imágenes que llegaron hasta su tierra natal.
El rey de los gitanos y “el Rey de Harlem” de Poeta en Nueva York se dan la mano en el espíritu y la poesía del autor, porque ambos simbolizan el mismo tipo de marginación social en una sociedad que los considera ciudadanos de tercera categoría. Aunque para los suyos son verdaderamente reyes, y es algo que nosotros no somos capaces de entender.
A Lorca lo impactó profundamente la sociedad norteamericana, sintiendo desde el comienzo de su estancia una gran aversión hacia el capitalismo y la industrialización de la sociedad moderna, al tiempo que repudiaba el trato que se le daba a la minoría de color. Poeta en Nueva York fue para Lorca un grito de horror, de denuncia contra la injusticia y la discriminación, contra la deshumanización de la sociedad moderna y la alienación del ser humano, al tiempo que reclamaba una nueva dimensión humana donde predominase la libertad y la justicia, el amor y la belleza.
Paso a leeros, unos poemas de Poeta en Nueva YorK, donde se puede apreciar además del lirismo y la belleza que caracteriza la poesía de Lorca, todo el contenido de horror que se refleja en estos versos, y que junto con otros son el mejor modelo del género que hoy nos ocupa “poesía negra”.
Oda al rey de Harlem
Con una cuchara
arrancaba los ojos a los cocodrilos
y golpeaba el trasero de los monos.
Con una cuchara.
Fuego de siempre dormía en los pedernales,
y los escarabajos borrachos de anís
olvidaban el musgo de las aldeas.
Aquel viejo cubierto de setas
iba al sitio donde lloraban los negros
mientras crujía la cuchara del rey
y llegaban los tanques de agua podrida.
arrancaba los ojos a los cocodrilos
y golpeaba el trasero de los monos.
Con una cuchara.
Fuego de siempre dormía en los pedernales,
y los escarabajos borrachos de anís
olvidaban el musgo de las aldeas.
Aquel viejo cubierto de setas
iba al sitio donde lloraban los negros
mientras crujía la cuchara del rey
y llegaban los tanques de agua podrida.
(...)
Si nos situamos en la actualidad, estamos inmersos en esta crisis generalizada, que se genera, entre otras causas, como reacción a un tipo de capitalismo salvaje generado e esta sociedad violenta y sin valores, donde reinan el despilfarro, el consumismo, la sinvergoncería y los vividores. El cambio de rol que consigue la mujer en la actualidad, llega a chocar con el machismo cavernario, y desencadena asesinatos inexplicables y violencia irracional. Todo ello son yacimientos que tiene la “poesía negra”, desde este nuevo concepto que hoy proponemos. Nada más tenemos que reparar un poco a nuestro alrededor. La prensa y los medios de comunicación alimentan la desgracia ajena, estamos hartos de ver crímenes y asesinatos, todo ello contado de tal forma que alimenta el morbo de los espectadores y esto es lo que hoy vende. Todos padecemos de esta epidemia de agresión contra nosotros mismos. Los periodistas escudriñan en los nos rincones más oscuros. Poco falta para entrevistar al muerto... Y esto nos pone en una contradicción. ¿Hasta onde el arte “negro” es capaz de vender? El poeta va a tener que saber diferenciar. Hoy hay muchos autores de éxito escribiendo cosas tenebrosas de monstruosidades, de enfermedades psíquicas, desviaciones sexuales y esto es lo que se consume, lo que de manera peligrosa está alejando lo que es el arte del puro consumismo. Como si hoy la literatura tuviera avidez de olor hediondo. De otra forma los poetas no podemos desligarnos de realidad social. Pero pienso que lo que buscamos es hacer ver que los poetas somos sensibles en tolos actos humanos, porque somos conscientes de que un asesinato, el arrasar un bosque, contaminar un río, dejar que se extinga una especie, hacer propaganda de consumismo ente gente que no puede llegar a ello, son las barbaridades sociales a las que estamos asistiendo
Y para acabar antes de leer estos versos, subrayo una vez más, que hoy la sociedad en la que vivimos nos oferta a los poetas un sin fin de posibilidades de reflejar el horror, la violencia y la muerte, la marginación y la desigualdad. Too ello nos lleva por los senderos oscuros de nuestra sociedad. Pero nuestra misión de poetas es también alumbrar con nuestros versos la oscuridad.
Por otro lado y en el contexto que hoy nos encontramos. Tenemos que desenterrar poetas que fueron soterrados por escribir temas considerados como marginales, sirva como ejemplo José María Vargas Vila, colombiano, como otros tantos de estas y otras generaciones.
Termino con este canto a la esperanza, de César Vallejo, nacida del amor multitudinario, de la solidaridad que es un valor que todo lo puede. César Vallejo tuvo presente en España cuando la Guerra Civil, en ese momento tan difícil de nuestra historia.
Masa
Al fin de la batalla,
y muerto el combatiente, vino hacia él un hombre
y le dijo: «No mueras, te amo tanto!»
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.
Se le acercaron dos y repitiéronle:
«No nos dejes! ¡Valor! ¡Vuelve a la vida!»
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.
Acudieron a él veinte, cien, mil, quinientos mil,
clamando: «Tanto amor, y no poder nada contra la muerte!»
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.
Le rodearon millones de individuos,
con un ruego común: «¡Quédate hermano!»
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.
Entonces, todos los hombres de la tierra
le rodearon; les vio el cadáver triste, emocionado;
incorporóse lentamente,
abrazó al primer hombre; echóse a andar…
y muerto el combatiente, vino hacia él un hombre
y le dijo: «No mueras, te amo tanto!»
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.
Se le acercaron dos y repitiéronle:
«No nos dejes! ¡Valor! ¡Vuelve a la vida!»
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.
Acudieron a él veinte, cien, mil, quinientos mil,
clamando: «Tanto amor, y no poder nada contra la muerte!»
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.
Le rodearon millones de individuos,
con un ruego común: «¡Quédate hermano!»
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.
Entonces, todos los hombres de la tierra
le rodearon; les vio el cadáver triste, emocionado;
incorporóse lentamente,
abrazó al primer hombre; echóse a andar…
Y por último, recordar a Rubén Blades, músico y poeta, autor de “Pedro Navajas”, Así como Lorca cantó en los años treinta al horror vivido en Nueva York, Rubén Blades, a finales del s. XX, refleja la frialdad de la sociedad de hoy. Rubén Blades denuncia y enseña al mismo tiempo.
“Sorpresas te da la vida”. “La vida te da sorpresas...”
Pedro Navajas
Por la esquina del viejo barrio lo vi pasar
con el tumbao que tienen los guapos al caminar;
las manos siempre en los bolsillos de su gabán
pa' que no sepan en cual de ellas lleva el puñal.
Usa un sombrero de ala ancha de medio lao
y zapatillas por si hay problemas salir volao,
lentes oscuros pa' que no sepan que esta mirando,
y un diente de oro que cuando ríe se ve brillando.
Pedro Navajas
Por la esquina del viejo barrio lo vi pasar
con el tumbao que tienen los guapos al caminar;
las manos siempre en los bolsillos de su gabán
pa' que no sepan en cual de ellas lleva el puñal.
Usa un sombrero de ala ancha de medio lao
y zapatillas por si hay problemas salir volao,
lentes oscuros pa' que no sepan que esta mirando,
y un diente de oro que cuando ríe se ve brillando.
Como a tres cuadras de esa esquina una mujer
va recorriendo la acera entera por quinta vez,
y en un zaguán entra y se da un trago para olvidar
que el día esta flojo y no hay clientes pa trabajar.
va recorriendo la acera entera por quinta vez,
y en un zaguán entra y se da un trago para olvidar
que el día esta flojo y no hay clientes pa trabajar.
Un carro pasa muy despacito por la avenida
no tiene marcas pero toos saben que es policía.
Pedro Navaja las manos siempre dentro’ el gabán
mira y sonríe y el diente de oro vuelve a brillar.
no tiene marcas pero toos saben que es policía.
Pedro Navaja las manos siempre dentro’ el gabán
mira y sonríe y el diente de oro vuelve a brillar.
Mientras camina pasa la vista de esquina a esquina
no se ve un alma esta desierta toa' la avenida;
cuando de pronto esa mujer sale del zaguán
y Pedro Navaja aprieta un puño dentro’ el gabán.
no se ve un alma esta desierta toa' la avenida;
cuando de pronto esa mujer sale del zaguán
y Pedro Navaja aprieta un puño dentro’ el gabán.
Mira pa' un lado, mira pal otro y no ve a nadie
y a la carrera pero sin ruido cruza la calle.
Y mientas tanto en la otra acera va esa mujer
refunfuñando pues no hizo pesos con que comer.
y a la carrera pero sin ruido cruza la calle.
Y mientas tanto en la otra acera va esa mujer
refunfuñando pues no hizo pesos con que comer.
Mientras camina, del viejo abrigo saca un revolver esa mujer,
iba guardarlo en su cartera pa que no estorbe;
un 38 Smith and Weston del especial
que carga encima pa que la libre de todo mal.
iba guardarlo en su cartera pa que no estorbe;
un 38 Smith and Weston del especial
que carga encima pa que la libre de todo mal.
Y Pedro Navaja puñal en mano le fue pa' encima,
el diente de oro iba alumbrando to'a la avenida
(La hizo fácil)mientras reía, el puñal le hundía si compasión,
cuando de pronto sonó un disparo como un cañón.
el diente de oro iba alumbrando to'a la avenida
(La hizo fácil)mientras reía, el puñal le hundía si compasión,
cuando de pronto sonó un disparo como un cañón.
Y Pedro Navaja cayó en la acera mientras veía
a esa mujer de revolver en mano y de muerte herida a el le decía,
yo que pensaba hoy no es mi día estoy sala'
pero Pedro Navaja tu estas peor no estas en na.
a esa mujer de revolver en mano y de muerte herida a el le decía,
yo que pensaba hoy no es mi día estoy sala'
pero Pedro Navaja tu estas peor no estas en na.
Y créanme gente que aunque hubo ruido nadie salio,
no hubo curiosos, no hubo preguntas, nadie lloro.
no hubo curiosos, no hubo preguntas, nadie lloro.
Solo un borracho con los dos muertos se tropezó,
cogio el revolver, el puñal, los pesos y se marcho.
cogio el revolver, el puñal, los pesos y se marcho.
Y tropezando, se fue cantando desafinao'
el coro que aquí les traje y da el mensaje de mi canción:
el coro que aquí les traje y da el mensaje de mi canción:
Coro
La vida te da sorpresas, sorpresas sorpresas te da la vida
¡ay Dios¡ (Bis).
Pedro Navaja matón de esquina
quien a hierro mata a hierro termina
(Se repite coro)
quien a hierro mata a hierro termina
(Se repite coro)
Maleante pescador
pal ansuelo que tiraste,
en vez de una sardina un tiburón
enganchaste.
pal ansuelo que tiraste,
en vez de una sardina un tiburón
enganchaste.
la, la, la, la, la, la, la, la (Bis)
I like to live in America.
(Se repite coro)
Ocho millones de historias tiene la ciudad de Nueva York
(Se repite coro)
Como decía mi abuelita
el que de ultimo ríe, se ríe mejor
el que de ultimo ríe, se ríe mejor
la, la, la, la, la, la, la, la (Bis)
I like to live in America
(Se repite coro),
Cuando lo manda el destino, no lo cambia ni el mas bravo,
si naciste pa martillo del cielo te caen los clavos.
si naciste pa martillo del cielo te caen los clavos.
(Se repite coro)
en barrio de guapos cuidado en la acera
cuidao camará que el que no corre vuela
cuidao camará que el que no corre vuela
(Se repite coro)
como en una novela de Kafka
el borracho doblo por el callejón
el borracho doblo por el callejón
La vida te da…
Nueva York
(Oficina y Denuncia)
“Debajo de las multiplicaciones
hay una gota de sangre de pato;
debajo de las divisiones
hay una gota de sangre de marinero;
debajo de las sumas, un río de sangre tierna.
Un río que viene cantando
por los dormitorios de los arrabales,
y es plata, cemento o brisa
en el alba mentida de New York.(...)
hay una gota de sangre de pato;
debajo de las divisiones
hay una gota de sangre de marinero;
debajo de las sumas, un río de sangre tierna.
Un río que viene cantando
por los dormitorios de los arrabales,
y es plata, cemento o brisa
en el alba mentida de New York.(...)
Existen las montañas. Lo sé.
Y los anteojos para la sabiduría.
Lo sé. Pero yo no he venido a ver el cielo.
Yo he venido para ver la turbia sangre.
La sangre que lleva las máquinas a las cataratas
y el espíritu a la lengua de la cobra.
Todos los días se matan en New York
cuatro millones de patos,
cinco millones de cerdos,
dos mil palomas para el gusto de los agonizantes,
un millón de vacas,
un millón de corderos
y dos millones de gallos,
que dejan los cielos hechos añicos.
Más vale sollozar afilando la navaja
o asesinar a los perros
en las alucinantes cacerías,
que resistir en la madrugada
los interminables trenes de leche,
los interminables trenes de sangre
y los trenes de rosas maniatadas
por los comerciantes de perfumes.
Los patos y las palomas,
y los cerdos y los corderos
ponen sus gotas de sangre
debajo de las multiplicaciones,
y los terribles alaridos de las vacas estrujadas
llenan de dolor el valle
donde el Hudson se emborracha con aceite.
Yo denuncio a toda la gente
que ignora la otra mitad,
la mitad irredimible
que levanta sus montes de cemento
donde laten los corazones
de los animalitos que se olvidan
y donde caeremos todos
en la última fiesta de los taladros.
Os escupo en la cara.
La otra mitad me escucha
devorando, orinando, volando, en su pureza
como los niños de las porterías
que llevan frágiles palitos
a los huecos donde se oxidan
las antenas de los insectos.
No es el infierno, es la calle.
Nos es la muerte, es la tienda de frutas.
Hay un mundo de ríos quebrados
y distancia inaccesibles
en la patita de ese gato
quebrada por el automóvil,
y yo oigo el canto de la lombriz
en el corazón de muchas niñas.
Oxido, fermento, tierra estremecida.
Tierra tú mismo que nadas
por los números de la oficina.
¿Qué voy a hacer? ¿Ordenar los paisajes?
¿Ordenar los amores que luego son fotografías,
que luego son pedazos de madera
y bocanadas de sangre?
San Ignacio de Loyola
asesinó un pequeño conejo
y todavía sus labios gimen
por las torres de las iglesias.
No, no, no, no; yo denuncio.
Yo denuncio la conjura
de estas desiertas oficinas
que no radian las agonías,
que borran los programas de la selva,
y me ofrezco a ser comido
por las vacas estrujadas
cuando sus gritos llenan el valle
Los negros
Oda al rey de Harlem
Lo sé. Pero yo no he venido a ver el cielo.
Yo he venido para ver la turbia sangre.
La sangre que lleva las máquinas a las cataratas
y el espíritu a la lengua de la cobra.
Todos los días se matan en New York
cuatro millones de patos,
cinco millones de cerdos,
dos mil palomas para el gusto de los agonizantes,
un millón de vacas,
un millón de corderos
y dos millones de gallos,
que dejan los cielos hechos añicos.
Más vale sollozar afilando la navaja
o asesinar a los perros
en las alucinantes cacerías,
que resistir en la madrugada
los interminables trenes de leche,
los interminables trenes de sangre
y los trenes de rosas maniatadas
por los comerciantes de perfumes.
Los patos y las palomas,
y los cerdos y los corderos
ponen sus gotas de sangre
debajo de las multiplicaciones,
y los terribles alaridos de las vacas estrujadas
llenan de dolor el valle
donde el Hudson se emborracha con aceite.
Yo denuncio a toda la gente
que ignora la otra mitad,
la mitad irredimible
que levanta sus montes de cemento
donde laten los corazones
de los animalitos que se olvidan
y donde caeremos todos
en la última fiesta de los taladros.
Os escupo en la cara.
La otra mitad me escucha
devorando, orinando, volando, en su pureza
como los niños de las porterías
que llevan frágiles palitos
a los huecos donde se oxidan
las antenas de los insectos.
No es el infierno, es la calle.
Nos es la muerte, es la tienda de frutas.
Hay un mundo de ríos quebrados
y distancia inaccesibles
en la patita de ese gato
quebrada por el automóvil,
y yo oigo el canto de la lombriz
en el corazón de muchas niñas.
Oxido, fermento, tierra estremecida.
Tierra tú mismo que nadas
por los números de la oficina.
¿Qué voy a hacer? ¿Ordenar los paisajes?
¿Ordenar los amores que luego son fotografías,
que luego son pedazos de madera
y bocanadas de sangre?
San Ignacio de Loyola
asesinó un pequeño conejo
y todavía sus labios gimen
por las torres de las iglesias.
No, no, no, no; yo denuncio.
Yo denuncio la conjura
de estas desiertas oficinas
que no radian las agonías,
que borran los programas de la selva,
y me ofrezco a ser comido
por las vacas estrujadas
cuando sus gritos llenan el valle
Los negros
Oda al rey de Harlem
Con una cuchara
arrancaba los ojos a los cocodrilos
y golpeaba el trasero de los monos.
Con una cuchara.
Fuego de siempre dormía en los pedernales,
y los escarabajos borrachos de anís
olvidaban el musgo de las aldeas.
Aquel viejo cubierto de setas
iba al sitio donde lloraban los negros
mientras crujía la cuchara del rey
y llegaban los tanques de agua podrida.
Las rosas huían por los filos
de las últimas curvas del aire,
y en los montones de azafrán
los niños machacaban pequeñas ardillas
con un rubor de frenesí manchado.
Es preciso cruzar los puentes
y llegar al rubor negro
para que el perfume de pulmón
nos golpee las sienes con su vestido
de caliente piña.
Es preciso matar al rubio vendedor de aguardiente
a todos los amigos de la manzana y de la arena,
y es necesario dar con los puños cerrados
a las pequeñas judías que tiemblan llenas de burbujas,
para que el rey de Harlem cante con su muchedumbre,
para que los cocodrilos duerman en largas filas
bajo el amianto de la luna,
y para que nadie dude de la infinita belleza
de los plumeros, los ralladores, los cobres y las cacerolas de las cocinas.
¡Ay, Harlem! ¡Ay, Harlem! ¡Ay, Harlem!
No hay angustia comparable a tus rojos oprimidos,
a tu sangre estremecida dentro del eclipse oscuro,
a tu violencia granate sordomuda en la penumbra,
a tu gran rey prisionero, con un traje de conserje.
Tenía la noche una hendidura
y quietas salamandras de marfil.
Las muchachas americanas
llevaban niños y monedas en el vientre,
y los muchachos se desmayaban
en la cruz del desperezo.
Ellos son.
Ellos son los que beben el whisky de plata
junto a los volcanes
y tragan pedacitos de corazón
por las heladas montañas del oso.
Aquella noche el rey de Harlem,
con una durísima cuchara
arrancaba los ojos a los cocodrilos
y golpeaba el trasero de los monos.
Con una cuchara.
Los negros lloraban confundidos
entre paraguas y soles de oro,
los mulatos estiraban gomas, ansiosos de llegar al torso blanco,
y el viento empañaba espejos
y quebraba las venas de los bailarines.
Negros, Negros, Negros, Negros.
La sangre no tiene puertas en vuestra noche boca arriba.
No hay rubor. Sangre furiosa por debajo de las pieles,
viva en la espina del puñal y en el pecho de los paisajes,
bajo las pinzas y las retamas de la celeste luna de cáncer.
Sangre que busca por mil caminos muertes enharinadas y ceniza de nardos,
cielos yertos, en declive, donde las colonias de planetas
rueden por las playas con los objetos abandonados.
Sangre que mira lenta con el rabo del ojo,
hecha de espartos exprimidos, néctares de subterráneos.
Sangre que oxida el alisio descuidado en una huella
y disuelve a las mariposas en los cristales de la ventana.
Es la sangre que viene, que vendrá
por los tejados y azoteas, por todas partes,
para quemar la clorofila de las mujeres rubias,
para gemir al pie de las camas ante el insomnio de los lavabos
y estrellarse en una aurora de tabaco y bajo amarillo.
Hay que huir,
huir por las esquinas y encerrarse en los últimos pisos,
porque el tuétano del bosque penetrará por las rendijas
para dejar en vuestra carne una leve huella de eclipse
y una falsa tristeza de guante desteñido y rosa química.
Es por el silencio sapientísimo
cuando los camareros y los cocineros y los que limpian con la lengua
las heridas de los millonarios
buscan al rey por las calles o en los ángulos del salitre.
Un viento sur de madera, oblicuo en el negro fango,
escupe a las barcas rotas y se clava puntillas en los hombros;
un viento sur que lleva
colmillos, girasoles, alfabetos
y una pila de Volta con avispas ahogadas.
El olvido estaba expresado por tres gotas de tinta sobre el monóculo,
el amor por un solo rostro invisible a flor de piedra.
Médulas y corolas componían sobre las nubes
un desierto de tallos sin una sola rosa.
A la izquierda, a la derecha, por el sur y por el norte,
se levanta el muro impasible
para el topo, la aguja del agua.
No busquéis, negros, su grieta
para hallar la máscara infinita.
Buscad el gran sol del centro
hechos una piña zumbadora.
El sol que se desliza por los bosques
seguro de no encontrar una ninfa,
el sol que destruye números y no ha cruzado nunca un sueño,
el tatuado sol que baja por el río
y muge seguido de caimanes.
Negros, Negros, Negros, Negros.
Jamás sierpe, ni cebra, ni mula
palidecieron al morir.
El leñador no sabe cuándo expiran
los clamorosos árboles que corta.
Aguardad bajo la sombra vegetal de vuestro rey
a que cicutas y cardos y ortigas tumben postreras azoteas.
Entonces, negros, entonces, entonces,
podréis besar con frenesí las ruedas de las bicicletas,
poner parejas de microscopios en las cuevas de las ardillas
y danzar al fin, sin duda, mientras las flores erizadas
asesinan a nuestro Moisés casi en los juncos del cielo.
¡Ay, Harlem, disfrazada!
¡Ay, Harlem, amenazada por un gentío de trajes sin cabeza!
Me llega tu rumor,
me llega tu rumor atravesando troncos y ascensores,
a través de láminas grises,
donde flotan sus automóviles cubiertos de dientes,
a través de los caballos muertos y los crímenes diminutos,
a través de tu gran rey desesperado
cuyas barbas llegan al mar.
arrancaba los ojos a los cocodrilos
y golpeaba el trasero de los monos.
Con una cuchara.
Fuego de siempre dormía en los pedernales,
y los escarabajos borrachos de anís
olvidaban el musgo de las aldeas.
Aquel viejo cubierto de setas
iba al sitio donde lloraban los negros
mientras crujía la cuchara del rey
y llegaban los tanques de agua podrida.
Las rosas huían por los filos
de las últimas curvas del aire,
y en los montones de azafrán
los niños machacaban pequeñas ardillas
con un rubor de frenesí manchado.
Es preciso cruzar los puentes
y llegar al rubor negro
para que el perfume de pulmón
nos golpee las sienes con su vestido
de caliente piña.
Es preciso matar al rubio vendedor de aguardiente
a todos los amigos de la manzana y de la arena,
y es necesario dar con los puños cerrados
a las pequeñas judías que tiemblan llenas de burbujas,
para que el rey de Harlem cante con su muchedumbre,
para que los cocodrilos duerman en largas filas
bajo el amianto de la luna,
y para que nadie dude de la infinita belleza
de los plumeros, los ralladores, los cobres y las cacerolas de las cocinas.
¡Ay, Harlem! ¡Ay, Harlem! ¡Ay, Harlem!
No hay angustia comparable a tus rojos oprimidos,
a tu sangre estremecida dentro del eclipse oscuro,
a tu violencia granate sordomuda en la penumbra,
a tu gran rey prisionero, con un traje de conserje.
Tenía la noche una hendidura
y quietas salamandras de marfil.
Las muchachas americanas
llevaban niños y monedas en el vientre,
y los muchachos se desmayaban
en la cruz del desperezo.
Ellos son.
Ellos son los que beben el whisky de plata
junto a los volcanes
y tragan pedacitos de corazón
por las heladas montañas del oso.
Aquella noche el rey de Harlem,
con una durísima cuchara
arrancaba los ojos a los cocodrilos
y golpeaba el trasero de los monos.
Con una cuchara.
Los negros lloraban confundidos
entre paraguas y soles de oro,
los mulatos estiraban gomas, ansiosos de llegar al torso blanco,
y el viento empañaba espejos
y quebraba las venas de los bailarines.
Negros, Negros, Negros, Negros.
La sangre no tiene puertas en vuestra noche boca arriba.
No hay rubor. Sangre furiosa por debajo de las pieles,
viva en la espina del puñal y en el pecho de los paisajes,
bajo las pinzas y las retamas de la celeste luna de cáncer.
Sangre que busca por mil caminos muertes enharinadas y ceniza de nardos,
cielos yertos, en declive, donde las colonias de planetas
rueden por las playas con los objetos abandonados.
Sangre que mira lenta con el rabo del ojo,
hecha de espartos exprimidos, néctares de subterráneos.
Sangre que oxida el alisio descuidado en una huella
y disuelve a las mariposas en los cristales de la ventana.
Es la sangre que viene, que vendrá
por los tejados y azoteas, por todas partes,
para quemar la clorofila de las mujeres rubias,
para gemir al pie de las camas ante el insomnio de los lavabos
y estrellarse en una aurora de tabaco y bajo amarillo.
Hay que huir,
huir por las esquinas y encerrarse en los últimos pisos,
porque el tuétano del bosque penetrará por las rendijas
para dejar en vuestra carne una leve huella de eclipse
y una falsa tristeza de guante desteñido y rosa química.
Es por el silencio sapientísimo
cuando los camareros y los cocineros y los que limpian con la lengua
las heridas de los millonarios
buscan al rey por las calles o en los ángulos del salitre.
Un viento sur de madera, oblicuo en el negro fango,
escupe a las barcas rotas y se clava puntillas en los hombros;
un viento sur que lleva
colmillos, girasoles, alfabetos
y una pila de Volta con avispas ahogadas.
El olvido estaba expresado por tres gotas de tinta sobre el monóculo,
el amor por un solo rostro invisible a flor de piedra.
Médulas y corolas componían sobre las nubes
un desierto de tallos sin una sola rosa.
A la izquierda, a la derecha, por el sur y por el norte,
se levanta el muro impasible
para el topo, la aguja del agua.
No busquéis, negros, su grieta
para hallar la máscara infinita.
Buscad el gran sol del centro
hechos una piña zumbadora.
El sol que se desliza por los bosques
seguro de no encontrar una ninfa,
el sol que destruye números y no ha cruzado nunca un sueño,
el tatuado sol que baja por el río
y muge seguido de caimanes.
Negros, Negros, Negros, Negros.
Jamás sierpe, ni cebra, ni mula
palidecieron al morir.
El leñador no sabe cuándo expiran
los clamorosos árboles que corta.
Aguardad bajo la sombra vegetal de vuestro rey
a que cicutas y cardos y ortigas tumben postreras azoteas.
Entonces, negros, entonces, entonces,
podréis besar con frenesí las ruedas de las bicicletas,
poner parejas de microscopios en las cuevas de las ardillas
y danzar al fin, sin duda, mientras las flores erizadas
asesinan a nuestro Moisés casi en los juncos del cielo.
¡Ay, Harlem, disfrazada!
¡Ay, Harlem, amenazada por un gentío de trajes sin cabeza!
Me llega tu rumor,
me llega tu rumor atravesando troncos y ascensores,
a través de láminas grises,
donde flotan sus automóviles cubiertos de dientes,
a través de los caballos muertos y los crímenes diminutos,
a través de tu gran rey desesperado
cuyas barbas llegan al mar.
Notas:
1 A grandes rasgos pudiera definirse la “poesía negra” tradicional, aunque hay distintas opiniones como la expresión poética que se identifica o trata de registrar la esencia del negro como ser social o su circunstancia en cada época y lugar, visto según los ojos de cada poeta. Versa sobre la vivencia y herencia africanas, fundidas con la identidad del continente americano. La poesía negra de América (afro-cubana, afro-antillana , afro-americana, en general) fue traducida a muchos idiomas, recoge lo más representativo de este género en Lengua española, portuguesa, francesa e inglesa. En este género se incluyen más de 150 autores, entre clásicos y contemporáneos, con variadas formas estilísticas y conceptuales.
2 También Luis Palés Matos (Guayama, 1898-1959) En la segunda década del s. XX desarrolló lo que sería la poesía negra o el verso negro, con una visión de la cultura negra puertorriqueña integrada dentro de la originalidad de su obra de sonidos armoniosos. La influencia que ejerció sobre otros autores de Sudamérica fue destacable, sobre todo en hombres de la talla de Nicolás Guillén.
3 CARLOS S. RABASSÓ, FRANCISCO JAVIER RABASSÓ. Federico García Lorca entre el flamenco, el jazz y el afrocubanismo: Granada, Nueva York, La Habana Editorial: LIBERTARIAS PRODHUFI, 1998. Edición: 1ª.
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